jueves, 29 de julio de 2010

La Guerra y la Revolución: reflexiones a partir del nuevo conflicto Uribe-Chávez

El siguiente artículo ha sido elaborado como crítica al argumento que se viene agitando desde hace un tiempo por parte del reformismo de que la insurgencia colombiana se habría convertido en la "excusa" para justificar el terrorismo de Estado y el imperialismo. Tal argumento, aparte de no ser verdadero, desde nuestro prisma, se convierte en una justifiación "suave" precisamente del terrorismo de Estado y del imperialismo. Esta reflexión que venía trabajando desde hace tiempo en base a debates dentro de la izquierda, dentro del movimiento por la defensa de los derechos humanos en Colombia, ha sido finalmente desarrollado debido a las desafortunadas e innecesarias expresiones de Chávez durante las denuncias ante la OEA por parte de Colombia como un "cómplice del terrorismo". Ante el recrudecimiento de la presión imperialista creemos fundamental una mayor claridad conceptual.




La Guerra y la Revolución: reflexiones a partir del nuevo conflicto Uribe-Chávez



El reciente capítulo de tensiones entre Venezuela y Colombia no puede ser visto como un incidente más entre vecinos con relaciones tradicionalmente tormentosas. La ofensiva mediática del gobierno de Uribe Vélez en contra de Venezuela por “albergar terroristas”, debe ser vista dentro del marco general de recrudecimiento de la agresividad del imperialismo en la región. En la medida en que los EEUU buscan recomponer su hegemonía y recuperar terreno perdido mediante el incremento en su pie de fuerzas en la región (reactivación de la IV flota; bases militares en Colombia, Panamá, Aruba, Curazao; golpe militar en Honduras y ocupaciones de Haití y Costa Rica[1]), las denuncias de Colombia hacen parte de la estrategia mediática de la guerra de baja intensidad declarada por parte del imperialismo principalmente en contra de Venezuela, pero por extensión, en contra de todos los regímenes que no se cuadran dogmáticamente detrás de sus designios o que buscan la integración regional, horror de horrores de Washington. Estas denuncias buscan crear el ambiente de histeria mediante el cual el uso potencial de la violencia pueda verse justificado según la ideología predominante de la “guerra contra el terrorismo” (que en nuestras latitudes, se confunde con la “guerra a las drogas”). Por lo pronto, la fuerte presencia yanqui en el área Centroamérica-Caribe juega un rol disuasivo. Pero nada indica que en caso de necesidad, no pueda darse el paso a la agresión abierta –las incursiones de paramilitares colombianos en territorio venezolano, que no reciben la misma atención que los campamentos guerrilleros por parte de los medios internacionales, los cuales también juegan su parte en esta estrategia imperialista, es una clara señal de la guerra de baja intensidad que se prepara.

Bien lo señala Antonio Caballero: “la pelea con Chávez no es (…) un capricho agónico de Uribe (…) Sino un servicio más que les presta a sus amos [ed. En EEUU], como diría el coronel venezolano. Así, el Departamento de Estado norteamericano ya terció para advertir que ‘hay que tomar las acusaciones muy en serio’. Porque muestran lo que había que mostrar: que Chávez es un protector de narcoterroristas. ¿Y para qué son las siete bases cedidas por Colombia? Pues para combatir el narcoterrorismo”[2].

Ante este sombrío panorama, no hay, no puede haber, espacio para medias tintas. Al imperialismo se le enfrenta o se le hace el juego. Acá no sirven las amenazas de que “les cortamos el petróleo si nos tocan”, ni los quiebres mediáticos de relaciones diplomáticas con Uribe, mientras se anuncia que éstas se reanudarán en una semana y media con Santos (como si los dos no fueran cortados por la misma tijera imperialista y paramilitar). Acá las posiciones no pueden prestarse a equívoco. No puede denunciarse un día al “cachorro del imperialismo” para al día siguiente andar con abrazos y besos, diciendo “hermano bolivariano, no permitamos que el imperio nos enfrente”. Desde luego que no esperamos esta claridad del poder: esta claridad la esperamos del mismo movimiento popular y es ahí donde debemos dar una lucha ideológica muy profunda, pues no faltan los que se marean con los discursos equívocos que vienen desde arriba.


¿Excusas para el imperialismo?


De lo dicho por Chávez hay un aspecto que creo debe considerarse con especial cautela, porque es un argumento fundamentalmente erróneo, repetido hasta la saciedad en Colombia por una seudo izquierda socialdemócrata que ha entrado en el juego de borrar la historia de las luchas colombianas, de manera que, involuntariamente o no, terminan haciendo el juego a la reacción de la oligarquía colombiana y de paso al imperialismo.

Este argumento es el que reza que la “guerrilla debe reconsiderar su estrategia armada porque se han convertido en una excusa para que Washington se involucre en Colombia y agregue a países vecinos”[3], en palabras de boca de Chávez mismo. Según esta versión, son las guerrillas colombianas las que se han convertido en excusa del imperialismo y de la oligarquía colombiana para ejercer el terrorismo de Estado. Es decir, sin guerrillas, la oligarquía jugaría limpio y el imperialismo se retiraría respetuosamente al norte del río Bravo… ¡me pregunto si Chávez antes de regalar “Las Venas Abiertas de América Latina” a Obama se lo ha leído!

Semejante afirmación podría pasar como una sencilla tarugada salida de boca de cualquier hijo de vecino. Pero en boca de supuestos revolucionarios, de gente supuestamente de izquierda, se convierte en un argumento desmovilizador, desmoralizador y en un juego abierto a favor de la reacción. Me imagino la satisfacción que deben sentir en la Casa de Nariño y en el Pentágono de que en momentos de crisis como estos, Chávez salga gratuitamente a reforzar la propaganda imperialista sobre el conflicto colombiano.

No es primera vez que escuchamos a la izquierda reformista quejándose de esos molestos campesinos patirrajados en armas, que sirven de “excusa” para Uribe, que sirven de excusa para los paracos, que gracias a ellos se criminaliza a la izquierda… confundiendo de tal manera la causa con el efecto. En una entrevista de 1988, dice el ex dirigente del Partido Comunista Colombiano, Gilberto Vieira: “Nosotros constatamos la existencia de una incipiente pero peligrosa tendencia socialdemócrata en Colombia. Ellos dicen que la causa de todas las desgracias en el país es la existencia de las guerrillas (…) están trabajando con la Socialdemocracia europea y están con esas teorías de que la causa de todas las desgracias es el movimiento guerrillero. Esa tesis no la levantan en Colombia ni los liberales ni siquiera los conservadores”[4]… ¡Quién diría que apenas dos décadas más tarde, casi el conjunto del derechizado espectro político, incluidos liberales y conservadores, estarían de acuerdo en esta tesis que la socialdemocracia comenzó a desarrollar a fines de los ’80! ¡Quién diría que esta tesis sería absorbida y utilizada por el proyecto paramilitar-uribista como parte de su lucha ideológica, de su lucha por pervertir la historia! Peor aún, ¡Quién diría que dos décadas más tarde gran parte de la izquierda colombiana agrupada en el Polo Democrático Alternativo (coalición de la cual hace parte el Partido Comunista) se hace eco de este argumento, reclamando constantemente a la insurgencia su desmovilización unilateral y vociferando que la “guerrilla” hace el juego al uribismo dándole excusas para reprimir!

Acá se hace necesario ser claros:

La insurgencia en Colombia es producto de un terrorismo de Estado salvaje, de la penetración brutal del imperialismo en territorio colombiano, y de una oligarquía que ha convertido la violencia abierta en una manera normal de hacer negocios y enriquecerse. Las guerrillas nacieron como una respuesta de defensa a la violencia de los ’40 en contra de los campesinos –con el paso del tiempo, las formas de este terror han cambiado, más no así su esencia. El cuento no es al revés. No es que la guerra sucia, que el paramilitarismo, hayan empezado porque había guerrillas –tal cosa es el discurso fétido de un ideólogo del uribismo como es José Obdulio Gaviria. La izquierda debería tomar sana distancia de esta clase de argumentos falaces.

Pablo Beltrán, comandante del ELN, expresó con meridiana claridad este punto, que la guerrilla colombiana es efecto y no causa, al referirse a los debates en el seno del Polo en torno a la lucha armada: “El debate no es si la guerrilla sigue o no sigue, sino, si la élite va a dejar de hacer la guerra sucia y de poner todo su aparato de Estado para eliminar a la oposición”[5]. Por lo pronto, nada hace pensar que la oligarquía colombiana está dispuesta a ceder en la guerra sucia –es más, la profundiza día a día, como queda evidenciado con los recientes escándalos del DAS, falsos positivos, con el despojo-desplazamiento de millones de colombianos, con los señalamientos y amenazas constantes del poder, con el recrudecimiento del paramilitarismo en los centros urbanos y en los campos colombianos.


Guerra y Revolución


Existe una relación íntima entre guerra y revolución, que ha sido establecido desde el inicio mismo de las revoluciones modernas. Estudiando la Revolución Francesa, dice el teórico libertario francés Daniel Guérin que: “Casi todos los acontecimientos importantes de la Revolución Francesa estuvieron condicionados por la guerra exterior, por la suerte inestable de las armas. El mecanismo fue prácticamente invariable: cada derrota militar modificó la relación de fuerzas a favor de la vanguardia popular; cada victoria, a favor de la burguesía.”[6] Puede decirse que esto no fue en absoluto una particularidad de la Revolución Francesa: las derrotas militares del Zarismo en contra de Japón y de Alemania produjeron las revoluciones de 1905 y la de los Soviets en 1917, respectivamente. La derrota militar en las colonias africanas abrió en Portugal las puertas a la Revolución de los Claveles en 1974. La derrota francesa de 1871 dio paso a la primera revolución proletaria moderna, la Comuna de París. Ejemplos abundan por decenas. Y aún cuando aún no esté a la vista una revolución en Colombia por ahora, la suerte inestable de las armas sí afecta la balanza política como lo demostró la grosera utilización de la Operación Jaque por parte de Uribe, quien intentó mediante esta victoria echarse al bolsillo al poder judicial y prolongar su mandato indefinidamente. De igual manera, cada golpe militar a la insurgencia es utilizado descaradamente por el gobierno colombiano para sus fines políticos, y de ello se desprende la importancia del aspecto mediático y propagandístico de la guerra –de ahí la obsesión por los “resultados” que llevó a los montajes, falsos positivos y ejecuciones extrajudiciales, a los informes plagados de mentiras y exageraciones, como manera de inflar los resultados y dar una falsa impresión de triunfalismo fácil.

Aquellos que creen –como se desprende del discurso hegemónico del Polo- que si desaparecen las FARC-EP, o el ELN -sin realizarse cambios políticos estructurales y profundos previa su desarticulación- se abrirían las puertas para que la izquierda pueda acceder “democráticamente” al poder en Colombia se equivocan medio a medio. Aquellos que creen que la derrota militar de la insurgencia, o su desmovilización en condiciones de derrota, harán que desaparezcan las “excusas” del Estado para seguir excluyendo, asesinando y despojando, se equivocan rotundamente e ignoran las condiciones reales de las luchas sociales en Colombia. La política no se hace sobre una tabla rasa, sino sobre la historia concreta de cada nación: Colombia jamás será Porto Alegre.

Más allá de las diferencias políticas que podamos tener con la insurgencia; más allá de las querellas que en más de una ocasión hemos podido tener con los métodos autoritarios que pueden aplicar, hay un hecho objetivo: la derrota militar de la insurgencia abriría las puertas de par en par a una reacción sin precedentes. Estaríamos, no quepa ninguna duda, ante un auténtico carnaval de la reacción.

Quiero citar acá las palabras de un dirigente campesino, de la ANUC-UR, las cuales creo que iluminan ciertos aspectos de esta cuestión crucial:

“El conflicto que hoy enfrentamos tiene profundas raíces, deviene de años, de siglos, de resistencia (…) Pero sobretodo deviene de la forma en que se construyó el Estado colombiano, a través de la guerra, del exterminio, del despojo (…) por eso decimos que en Colombia existe un conflicto social y armado, social por las causas estructurales y armado porque la guerra es la forma específica en que en los últimos 40 años se construyó, al menos hegmónicamente, la política (…) El conflicto armado no es ajeno a las causas por las cuales luchamos; y aunque la degradación del mismo ha hecho que una parte de la expresión insurgente se rija por las lógicas miliaristas y autoritarias, es más perversa lalógica del Estado que ha ubicado en la guerra la justificación de su estrategia para continuar excluyendo la población y arrebatando hoy más que nunca nuestros recursos naturales”[7].

Es decir, el término del conflicto en Colombia no es meramente un asunto de voluntarismo, sino que responde a dinámicas sociales históricas y concretas; segundo, el conflicto refleja las demandas históricas de los oprimidos y explotados en Colombia (he ahí el esmero del poder en “vaciar” de ideología a la insurgencia, equiparándolas con meras bandas delictivas, pero ¿alguna vez el poder ha reconocido legitimidad a sus detractores?); aún cuando la guerra sucia haya llevado a un sector insurgente a prácticas degradadas, en ningún caso este sector puede ser equivalente al Estado; y por ultimo, es el Estado el cual justifica en la guerra una estrategia preconcebida (y de hecho, implementada de antes de la existencia de las guerrillas) de despojo y saqueo. Que haya sectores de la izquierda que se hagan eco hoy en día de este discurso y que planteen que la guerrilla es la “excusa” del uribismo (que sea utilizada como tal no significa que efectivamente lo sea), sencillamente demuestra la confusión política imperante en las tiendas izquierdistas. Tal es el mareo ideológico que se termina replicando un argumento crucial de la oligarquía, el argumento mediante el cual ponen la realidad de cabeza.

¿Significa esto que hay que abandonar la demanda de la solución política al conflicto? De ninguna manera. Pero tampoco hay que olvidar que esta demanda de solución negociada se da en el marco de la lucha de clases más aguda del hemisferio; que no se logrará sin lucha ni resistencia; que el modelo de guerra que se enfrenta es no solamente una guerra contrainsurgente sino que por extensión una guerra al bolsillo y los derechos de la clase trabajadora, es una guerra contra el pueblo; y que la presión fundamental debe hacerse hacia el Estado, expresión política de la oligarquía colombiana, que es el responsable histórico del conflicto social y armado en Colombia. El discursillo trasnochado de las ONG de los “actores armados”, como si fueran equivalentes, equidistantes y equiparables, debe ser desechado al tacho de la basura. Acá no debe hacerse presión “por igual” a las “partes” del conflicto.

Solución política no significa, no puede significar, desmovilización. La desmovilización sin alterar profundamente las relaciones sociales imperantes en Colombia (relaciones que reposan sobre la correlación de fuerzas de las clases y no sobre formalismos jurídicos) no garantiza ni una apertura democrática, ni un término de la violencia de clase, del saqueo, del despojo, ni el fin de nuevos ciclos de violencia. Que haya un sector de la izquierda, hegemónico en el Polo, que piense esto, demuestra que con las desmovilizaciones de los ’90 no se aprendió nada.

Obviamente, hablar de negociación política significa hablar desde una posición de fuerza (algo que el uribismo entiende mejor que nadie[8]), significa encontrar un lenguaje común del bloque de los de abajo (los de arriba tienen su lenguaje común y su programa muy claramente definido) y significa que exista una presión del conjunto del pueblo que sea constante para conseguir ese cambio. Significa, en una palabra, volver a poner la revolución en la agenda política, pues de lo que se trata no es lisa y llanamente de “resolver un conflicto” sino de transformar la sociedad fundada en la violencia, la explotación más feroz y la injusticia.


Profundización de la penetración imperialista y derecho a la resistencia


Lo más preocupante es que este discurso de la “excusa guerrillera” al imperialismo se venga a instalar en momentos de intensificación de la presión imperialista en la región, momentos que requieren más que nunca que los pueblos reclamen el derecho a la resistencia. El síndrome post-11 de Septiembre parece que ha calado hondo en la izquierda hemisférica, al punto de que la resistencia armada se ha convertido en un anatema, en un tabú, cuando no en una vergüenza.

Se vienen tiempos duros para América Latina: lo que se ha avanzado en términos de conciencia, de movilización, de organización, peligra ante la sombra de los halcones del Norte que merodean nuestro vecindario. Es hora de movilizar la conciencia, de prepararse para la resistencia y no pensar que el imperialismo puede ser mantenido a raya en conversaciones burocráticas en la UNASUR, con resoluciones de encuentros de palacio o con llamados a la resistencia (únicamente) cívica.

Ante la ofensiva imperialista, es necesario que el movimiento popular latinoamericano piense seriamente cómo enfrentar de manera contundente una eminente agresión en la región. Porque esto se está cocinando más allá de la voluntad de la izquierda latinoamericana –el error fatal del proceso allendista en Chile fue pensar que podrían persuadir al imperialismo de no atacarles, y mientras en los cuarteles preparaban el Golpe, los comunistas salieron a las calles no a rodear a los cuarteles, no a resistir, sino que a pintar murales con el lema “No a la Guerra Civil”.

Comenzar por defender el derecho de los pueblos a la resistencia y no replicar los discursos que, desde el poder, buscan demonizar cualquier forma de resistencia eficaz, es un primer paso. A fin de cuentas, el imperialismo no ha necesitado de excusas para hacer lo que viene haciendo hace siglos… ¿por qué entonces darles más argumentos?


José Antonio Gutiérrez D.

26 de Julio, 2010




[1] Nos hemos referido ya bastante a esta cuestión en un artículo previo http://www.anarkismo.net/article/17043 y no creemos necesario retomar con lujo de detalle esta cuestión. El lector interesado en profundizar, puede consultar el artículo mencionado.
[4] Harnecker Marta, “Combinación de todas las formas de lucha –entrevista a Gilberto Vieira, secretario general del Partido Comunista Colombiano”, Publicaciones Latinoamericanas, 1988, pp.68-69.
[5] “De la Resistencia al Poder Popular, Diálogo con el comandante Pablo Beltrán” Ed. OceanSur, 2008, pp.35-36.
[6] Guerin, Daniel “La lucha de clases en el apogeo de la Revolución Francesa, 1793-1795”, Editorial Alianza, 1974, p.159
[7] “Memorias de la Tercera Mesa Nacional Indígena de Paz y Derechos Humanos”, CNIP, 2006, pp.71-72.
[8] Por ello es que en relación a la ofensiva que libra el Ejército en torno a las estructuras guerrilleras del máximo comandante de las FARC-EP, Alfonso Cano, en el Tolima (las cuales han sido infladas y exageradas por los medios como parte de la estrategia de propaganda), dice un analista de la Corporación Nuevo Arco Iris que, en caso de un golpe militar decisivo en contra de la comandancia máxima:
“Si bien la presión, desde lo militar, tendría que continuar, ‘sería el momento perfecto para lograr una salida negociada como la mejor forma de terminar con un conflicto’. Según Valencia, es este momento, con una guerrilla disminuida, cuando resulta más fácil negociar con este grupo subversivo.” Obviamente, Valencia se refiere de manera entusiasta a una negociación más "fácil" desde la perspectiva de un Estado paramilitarizado, mafioso, que garantizaría fielmente la perpetuación los mezquinos privilegios de la oligarquía más violenta y terrorista del continente. http://www.semana.com/noticias-conflicto-armado/signifi....aspx



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